Esperaba los domingos como quien espera los veranos para comer un helado de chocolate. Ese día mi papá me trajo el desayuno a la cama. Entre mimos, café con leche y medialunas, armábamos como en un rompecabezas, las salidas y los juegos que nunca quería, se terminasen.
Después del almuerzo, salimos hacia la plaza. Aquel lugar era mágico para mí, subida a la bicicleta daba vueltas sintiéndome la protagonista de un cuento, que sólo por un día abría sus páginas para no ser leídas ni contadas, sino vividas.
Una tarde, encontré a un niño parecido a mí, sentado sobre el escalón del cielo de una rayuela gigante dibujada en el piso de la plaza. Tenía la cara sucia, pero una mirada tan dulce que tuve ganas de sentarme a su lado para preguntarle el nombre. Miré a mis padres y entendí que apoyaban lo que hacía, me agaché y lo saludé:
—Hola.
—Hola—contestó sin dejar de mirarme.
—Me llamo Abril ¿y vos?
—Nacho.
Texto pronunciado por Gustavo Roldán durante el Congreso Mundial de Bibliotecas e Información IFLA 2004 "Bibliotecas: Instrumentos para la Educación y el Desarrollo" (Buenos Aires, Argentina, agosto de 2004) y publicado en
Imaginaria con su autorización.
La aventura de leer de verdad comienza tarde —si comienza— en la mayoría de los países de Latinoamérica. Con un tiempo atrasado, cuando ya se han perdido varias batallas. Pero todos sabemos por largas experiencias que perder una batalla no es perder la guerra. De ahí la responsabilidad de recuperar espacios que fueron negados, aunque no necesariamente para siempre. Hablo desde mi lugar de escritor, y hago algunas reflexiones sobre un panorama por el que transito como autor de libros que se insertan en la escuela y la comunidad. Por lo tanto mis observaciones no son las de un especialista en bibliotecas. Sí las de quién vivencia día a día circunstancias muy ligadas a la lectura desde su quehacer recorriendo el país.